Regreso a la Tierra

Reflexiones personales de Núria Albet, sobre el estar viva en un momento histórico de la humanidad, entre crisis climáticas, ecosistémicas y energéticas.

Hoy las fakenews, las mentiras y las medias verdades parecen aceptarse socialmente sin mucha resistencia, y los discursos rebosan de tonos orwellianos. En estos tiempos que nos ha tocado vivir es necesario que, a modo de resistencia a tal trastorno colectivo, hablemos claro.

Las palabras, con su extraordinario potencial de moldear nuestros pensamientos, son como flechas blandas que nos lanzamos y nos tocan, nos cambian. Son con las que construimos colectivamente cada día la columna vertebral de la sociedad de la que somos parte. Son poderosas. Y por eso deberíamos empezar a usarlas con más consciencia. En estos momentos innegablemente históricos, podemos decidir si dejamos que esta sociedad continúe una caída libre hacia la decadencia, o si ponemos intención para defender los derechos humanos que tantas generaciones nos ha costado poder afianzar en un relato común.

Para eso es necesario que pongamos atención y cuidemos el uso del lenguaje: qué situamos en el centro y normalizamos y qué dejamos en los márgenes.

Hay una interesante historia sobre palabras que ocurrió en Suecia hace unos años. Esa historia tiene que ver con plátanos y tocó y cambió muchas cabezas. Después de debates públicos sobre el impacto de los pesticidas y agrotóxicos en la comida, especialmente en los plátanos y de las consecuencias en la salud de los consumidores pero también de las personas que los cultivan (el documental “Bananas!* “ y “Big Boys Gone Bananas!* “ del director sueco Fredrik Gertten tuvieron mucho que ver, así como el trabajo de varias organizaciones ambientalistas), hubo una acción que a mi y a muchas otras personas nos impactó por la claridad gráfica que consiguió transmitir. En esos momentos era común poder encontrar en el supermercado los plátanos ecológicos al lado de los normales, con sus respectivas etiquetas de “plátanos ecológicos” y “plátanos”. En ese momento, y en un acto de rebeldía de adjetivos, apareció la campaña viral que cambió las etiquetas a “plátanos” y “plátanos tóxicos”, respectivamente. Como las palabras exponen sin pudor lo que normalizamos, ¿quién se atrevía a comprar plátanos tóxicos? Seguramente eso fue la gota que colmó el vaso, y en muchos supermercados desaparecieron los plátanos tóxicos y los únicos para comprar pasaron a ser los ecológicos, es decir, los normales.

Cuando hablamos de un banco, ¿qué nos viene a la cabeza? ¿Y un banco ético? ¿Por qué debemos añadir un adjetivo para especificar que un banco no es responsable de matar personas por financiar guerras o especular con sus vidas de variadas y tortuosas maneras? Podríamos invertir nuestros diccionarios colectivos y que los bancos, sin más, sean los que impulsan proyectos para cuidar a las personas y el planetas, y al resto, a los que ahora no les ponemos adjetivo, les podemos poner la etiqueta de ecocidas, genocidas, corruptos o especuladores.

Las energías renovables o alternativas, son las que no son fósiles y despojadoras de un futuro en este planeta. Proyectos alternativos, los que no son psicópatas y genocidas. ¿Qué es lo normal y qué es lo alternativo?

Quizás, si empezamos cambiando nuestras palabras será más fácil continuar construyendo el mundo que realmente queremos. Quizás, debemos dejar de utilizar el adjetivo alternativo para que esos proyectos y sustantivos puedan normalizarse.

Espero que hoy sea el día en que empecemos a llamar las cosas por su nombre, y a añadir los adjetivos correctos a cada sustantivo. Y los sustantivos sin adjetivo, que sean los que queramos ver hacerse realidad a gran escala en el mundo.


Núria Albet Torres @nuria@social.coop

Ministra Romina Pourmokhtari, Shein y Temu, imagen de SVT A pocos días de Navidad, en medio del frenesí de las compras de último minuto, apareció la ministra de medioambiente sueca Romina Pourmokhtari en directo en la televisión pública afirmando que tienen la intención de prohibir Shein y Temu (empresas chinas de moda online) por la toxicidad de los productos que venden.

Más de un espectador debió de quedar ojiplático delante la pantalla cuando le apeló directamente hablando de su pijama, repleto de disruptores endocrinos y elementos cancerígenos, un textil que tiene pegado a la piel cada noche y que, según las rotundas afirmaciones de la ministra, le disminuye la posibilidad de tener hijos, o le incrementa la posibilidad de enfermar de cáncer.

Más allá de las razones que pueda haber detrás de una aparición tan inesperada como contundente, en un mundo en el que las guerras comerciales con China se están poniendo en el orden del día, sí llamó la atención cuando habló la ministra de proteger especialmente a las mujeres jóvenes, para que pudieran tener bebés. Un país como Suecia, que invierte tantos recursos en aumentar la natalidad, las caídas en fertilidad que se están viendo pueden disparar estos costes y dejar el mundo y especialmente a nuestro viejo y envejecido continente, en territorio inexplorado.

Y es que los últimos datos nos muestran una situación muy preocupante. Según la OMS, actualmente una de cada seis personas experimentan infertilidad en algún momento de su vida. El número de espermatozoides ha mermado de un estimado 100 millones/ml en la década de los 70 a los actuales 35. Por si fuera poco, la velocidad del desplome, que en la última década se encuentra en el 2.64% anual, está incrementando (la disminución desde la década de los 70 era 1.16% anual). Si la degradación se mantuviera significaría que en solamente 26 años la concentración de espermatozoides sería la mitad que la actual, afectando la fertilidad humana global de una manera dramática. Aunque ya quisiéramos que la afectación fuera solamente humana. No hay duda que los químicos disruptores endocrinos que se encuentran en el medio afectan negativamente la reproducción de las especies salvajes con las que compartimos el planeta. Nuestra irresponsabilidad está poniendo en riesgo toda la diversidad de vida en el planeta de manera acelerada y nuestra propia posibilidad de vivir en él.

Nos podemos preguntar cómo hemos llegado aquí. Cómo el relato del progreso nos ha tenido tan ensimismados que no nos hemos dado cuenta que estamos atrapados en un falso progreso y que si se tienen en cuenta las externalidades económicas buena parte de los grandes negocios no son ni tan siquiera viables.

Hay infinitas historias que ilustran el camino del falso progreso. Como por ejemplo la historia que empezó en 1921 cuando el químico Thomas Midgley Jr., trabajador de General Motors, consiguió solucionar un problema de eficiencia del motor de combustión, añadiendo plomo a la gasolina. El plomo se sabe (y ya se sabía en ese momento) que es una muy potente neurotoxina. En un estudio se calculó las consecuencias de haber añadido plomo a los combustibles, entre las que se encuentran la pérdida de más de 800 millones de puntos en coeficiente intelectual en la población humana a fecha de 2015, solamente en Estados Unidos, una pérdida de media de 2.6 puntos por persona, además de incrementar los comportamientos violentos (un meta-estudio señala que la reducción de contaminación por plomo después de su prohibición podría ser causante de entre un 7 y 28% de la caída de casos de homicidio en EEUU).

Otra historia que nos ilustra el falso progreso es el caso de la empresa 3M que sintetiza, entre otros, químicos PFAS (moléculas persistentes diseñadas para no degradarse y que permanecen en el medio indefinidamente) y tendrá que pagar más de 12.500 millones de dólares después de un acuerdo extrajudicial para resolver una demanda de contaminación de agua pública en Estados Unidos. Pero esta cantidad no deja de ser irrisoria comparada con el coste real de limpiar toda la contaminación de este tipo de moléculas. Hay estimaciones que apuntan que este coste estaría por encima del total del PIB mundial, anualmente. Dicho de otra manera, la economía del planeta Tierra está literalmente en bancarrota.

No deja de ser curioso que la ministra sueca, que pertenece al partido Liberal, parece que no ve otra solución que proponer prohibir y regular el mercado, debido a que la información no llega a los consumidores (ese homo economicus perfecto en un mercado libre perfecto en el que la información se transmite perfectamente). ¿Será que el mercado libre está ya tan roto que no se puede ni refundar? ¿Será que lo que han llamado mercado libre no ha sido sino una tapadera para que unas pocas personas y empresas con sus jugosos lucros privados camparan a sus anchas y no poderles cuestionar si realmente estábamos progresando como sociedad o más bien estaban llenando sus bolsillos a cualquier coste, que vamos a pagar el resto (por los siglos de los siglos, amén)?

El problema de los tóxicos es altamente complejo, pero a diferencia de otros problemas como el cambio climático, que tiene un fuerte componente global, podría ser más sencillo de remediar a nivel local. En los territorios en los que se tome en serio el problema de los efectos de la toxicidad aparecerá una ventaja competitiva respecto los que no, y como consecuencia poblaciones más jóvenes y saludables. Puede que Suecia haya entendido este hecho. Y que es urgente.

Es por tanto hora de que dejemos paso a un mercado libre de tóxicos, de fósiles, de pobreza y de corrupción. Que seamos las personas (y no unas corporaciones sociópatas) que construyamos nuestras propias relaciones económicas para mejorar nuestras vidas y la de todo el planeta, desde la plena democracia económica y social. El capitalismo no está diseñado para cuidar de nuestro bienestar, de hecho no está diseñado para cuidar nada. Necesitamos, por un lado, regular y prohibir aquello que atente contra la vida, y por otro, cultivar y engrosar el ecosistema de empresas sin ánimo de lucro que tienen en su centro la misión de cuidar y reproducir la buena vida. Y necesitamos hacerlo ya, antes de las próximas rebajas que nos van dejando, temporada a temporada, sin futuro.


Núria Albet Torres @nuria@social.coop

Hace varias semanas apareció la noticia de que el consumo eléctrico en La Palma había aumentado respecto al año anterior y había recuperado los niveles anteriores al volcán. La noticia se vendió como magnífica por parte de algunas personas. No faltaron aplausos y alegría.

Me consterna sobremanera esa reacción por diferentes motivos. Uno de ellos es que da una clara indicación que hay una grave falta de entendimiento de la situación energética actual en la que nos encontramos. La Palma tiene más del 90% de la producción eléctrica de origen fósil, en un mundo que se encuentra en medio de unas crisis energética y climática extremas, en un entorno de tensiones geopolíticas globales extremadamente complicadas y con tendencia a incrementar. En este contexto, un aumento del consumo eléctrico y de nuestra dependencia de los combustibles fósiles provenientes del exterior no puede ser de ninguna manera una buena noticia. Además, en La Palma, más consumo eléctrico significa directamente menos proporción de producción renovable. De hecho, la manera más fácil y barata de incrementar la proporción renovable sería conseguir bajar el consumo energético.

Entonces, ¿por qué hay gente que se alegra de un aumento de consumo eléctrico? Seguramente porque piensan en términos generales que más es mejor, sin reflexionar acerca de qué es lo que debería aumentar.

Si analizamos bien la situación, pronto nos daremos cuenta de que usar más energía no significa necesariamente mejor bienestar para la población. Ni tan siquiera significa una mayor y mejor economía. De hecho, la economía de La Palma es muy poco eficiente. Necesita mucha energía para generar unos ingresos económicos bajos, y, además, altamente subvencionados. Energía a su vez subvencionada, porque quemar combustibles fósiles como fuel oil y diesel para generar electricidad cuesta tanto dinero que no seríamos capaces de pagar nuestras facturas si tuviéramos que pagar todo el coste. En un contexto de crisis energética y de precios energéticos altos, una economía tan poco eficiente energéticamente y dependiente del exterior es una economía condenada al fracaso. Necesitamos más proporción de energía renovable, pero sobre todo necesitamos actividades económicas mucho más eficientes, que aporten más por cada kWh consumido. Necesitamos optimizar y ahorrar energía. Necesitamos una economía mucho más basada en el conocimiento, en el buen hacer y en el sentido común, más allá de las inercias que llevamos o a las que nos lleva el sistema actual.

Tenemos que empezar a pensar en calidad y no solamente cantidad sin contexto. El objetivo no tendría que ser aumentar el consumo energético, sino conseguir disminuirlo de una manera inteligente al mismo tiempo que las personas puedan vivir mejor. No es imposible. De hecho, somos enormes derrochadores energéticos en las instituciones, en las empresas y en las viviendas, habitando edificios muy poco eficientes y mal aislados. Sería tan fácil como, para empezar, poner un poco de cabeza y consciencia en todo lo que hacemos en lo personal y en lo profesional, en lo individual y en lo colectivo.

Además, si realmente queremos más bienestar, entonces no podemos medir el consumo energético como indicador, porque no tiene por qué estar directamente relacionado. De hecho, puede ser más bien al contrario si más consumo energético significa, por ejemplo, más contaminación que perjudica la salud, o una energía más cara que incrementa la pobreza energética. Si lo que queremos realmente es mejorar en bienestar, tendremos que evaluar indicadores que nos guíen hacia el bienestar. Por ejemplo, tendríamos que hacer seguimiento de indicadores sobre pobreza energética o salud física o mental o felicidad de la población y tomar decisiones dependiendo de las tendencias de esos indicadores. Bután, por ejemplo, hace ya muchos años que mide el índice de Felicidad Nacional Bruta, o Felicidad Interna Bruta, para tener una visión más completa que la que da el Producto Interior Bruto del país, para saber si su población está ganando en calidad de vida. Recientemente, ciudades como Ámsterdam, Copenhague, Londres o Barcelona han empezado a medir indicadores en el contexto de la Economía del Dónut de Kate Raworth, una teoría económica que busca mejorar el bienestar de las personas al mismo tiempo que preservar y hasta contribuir a regenerar nuestro maravilloso planeta, ya que la destrucción del planeta termina siempre rebajando la calidad de vida de los humanos antes o después.

Quien haya llegado hasta aquí y piense que todo lo dicho tiene sentido, seguramente se preguntará cómo conseguir los cambios necesarios para disminuir el consumo energético a la vez que mejorar en bienestar. Quien tenga una respuesta sencilla seguramente mentirá, porque los cambios de este calibre en sistemas con mucha inercia son extremadamente difíciles. Pero sí que hay unos puntos importantes a seguir. El primero es entender y poner consciencia al problema, y no solamente unas pocas personas, sino una parte importante de la población. Aprender sobre ello, debatirlo en el espacio público y generar entendimientos amplios. El siguiente punto tiene que ver con desincentivar las actividades menos eficientes y que son altamente dependientes de combustibles fósiles baratos para poder funcionar y empezar a incentivar las más eficientes y que aportan valor añadido, soberanía y estructuras que dotan de calidad de vida a largo plazo. Y finalmente, creo que es importante dejar espacio y dar oportunidades a la mucha gente joven con enormes ganas de trabajar y que tienen todos los conocimientos necesarios para los cambios transversales que tenemos que hacer, tanto los que ya están aquí como los quieren volver a La Palma.

Este es el camino, la calidad, la consciencia y el buen hacer como visión conjunta de sociedad, usando colaborativamente lo mejor de todas nuestras cabezas y corazones. Quitarnos el vicio de alegrarnos del crecer por crecer, especialmente cuando esta inercia nos está llevando como zombies sin cabeza directos al precipicio. No tenemos mucho tiempo para empezar a hacer las cosas bien, la realidad es que ya estamos fuera de tiempo.

Publicado en: https://www.eldiario.es/canariasahora/lapalmaahora/opinion/no-mejor_129_10834968.html


Nuria Albet Torres @nuria@social.coop

La Palma, image by Ruth Acosta

Santa Cruz de La Palma, 31 de diciembre de 1893. La luz eléctrica ilumina por primera vez las calles de la ciudad. Es el primer espacio público de Canarias en poder disfrutar de este nuevo avance tecnológico que tanto mejorará y cambiará la vida de sus habitantes. La Palma pasa a ser una ciudad pionera en el mundo gracias a una central hidroeléctrica, el Salto del Electrón, y a un grupo de personas emprendedoras con visión de futuro.

Con este inicio pretendía escribir un artículo de opinión sobre la situación y oportunidades de futuro de las energías renovables en La Palma, pero creo que necesita el texto convertirse en una carta más personal y más transversal debido a la importancia del momento histórico en el que nos encontramos.

La Palma es un sitio muy especial, con una desbordante energía vital. Su naturaleza lo anuncia a los cuatro vientos en cada instante. Sin embargo, tengo la sensación de que los humanos que la habitamos, no sé si porque nos cuesta integrar tanta belleza y vitalidad, o por otra razón, parece que suframos una bipolaridad temporal, entre unos períodos de luz y sensatez, y otros de oscuridad y derrotismo. Ciclos que fluctúan entre la ilustración y la depresión colectiva. Entre ser foco y faro mundial, a pasar a ser olvidada entre las sombras. Sin medias tintas y acarreando el trauma que tal contraste provoca.

Y es que en su apogeo histórico de ilustración palmera no está solamente el Electrón, sino, como sabrán mejor que yo, un pasado pionero en democracia, siendo Santa Cruz la primera ciudad del Estado en elegir democráticamente a sus representantes. O en cultura, siendo La Palma cuna de nuevas ideas y buena parte de los periódicos de Canarias. Un territorio con mujeres increíblemente resilientes y emprendedoras que han sostenido la vida por difíciles que fueran las condiciones, con erupciones volcánicas incluidas, que no es decir poco. La Palma ha sido ese fascinante punto de paso que mezcla las ideas de las personas que vienen y van de manera exquisita, concibiendo tantas de esas creaciones que nos hacen sentir orgullosos de formar parte de la humanidad.

Pero La Palma también puede ser oscuridad y depresión colectiva. Conocí esta isla de adulta, y desde que llegué se me rompe el corazón cada vez que escucho a un padre decir a sus hijos que se vayan porque aquí no hay futuro alguno. Visto desde mi perspectiva, en esta isla hay trabajo infinito, de hecho, está todo por hacer. Solamente viendo los datos de la enorme dependencia energética y alimentaria que sufrimos, un cambio radical de modelo económico es necesario. Así que no es que no haya futuro, sino todo lo contrario. Lo único que tenemos que conseguir es entender lo que está pasando y organizarnos para cambiarlo, poniendo los recursos donde realmente es necesario.

Ahora mismo en el mundo se está hablando de cambio climático, colapso de ecosistemas, guerras, inteligencias artificiales y otros retos que tienen todos el riesgo real y no muy lejano de acabar con la civilización humana tal y como la conocemos. En La Palma hemos tenido una erupción volcánica y todavía hay demasiadas familias sufriendo situaciones desesperadas e ignoradas. Sin embargo, en el ámbito de debate político se habla de campos de golf y hoteles de lujo como si no fuera con nosotros los retos de la humanidad o nuestra propia humanidad, y como si ignorando los problemas y escondiendo la cabeza bajo tierra se solucionaran por sí solos. Como si con cemento, ladrillo y asfalto pudiéramos tapar las carencias y falta de visión por las que estamos pasando. Un periodo de oscuridad más en los ciclos de esta isla.

Siento que este periodo está queriendo acabar. Hace 7 años, cuando llegué a esta isla, se escuchaba una débil palpitación de cambio. No obstante, percibo cómo esta pulsación se va fortaleciendo y haciendo más clara y valiente. La luz quiere colarse entre las grietas. Mucha gente joven, preparada, con las ideas claras, con coherencia, madurez y responsabilidad que deslumbran, quieren volver. Están volviendo. Vienen. Se están quedando.

Lo sé, porque cada vez nos contactan más personas preguntando cómo unirse a lo que estamos construyendo en la transición energética. Y quieren participar en empujar este enorme trabajo que tenemos por delante. Lo sé, porque conozco tantísima gente dejándose la piel en proyectos maravillosos, con ideas maravillosas, con productos maravillosos que esta tierra tan generosamente da, que trabajan con todo su cariño y obteniendo resultados de otro mundo.

La ciencia es clara, la queramos ignorar o no. Tenemos entre 4 y 7 años al ritmo de emisiones actuales de gases de efecto invernadero para no pasarnos de un incremento de 1,5 grados centígrados establecidos en el acuerdo de París sobre cambio climático. Saltarnos este límite significa jugar a la ruleta rusa y empujar irresponsablemente la civilización humana a un precipicio incierto. Las sequías y el clima extremo que ya estamos viviendo no son nada comparado con lo que viene. Necesitamos tener presente que tan sólo hemos alcanzado un incremento de 1,2 grados y ya este país se está preguntando cómo va a mantener su agricultura y ganadería. ¿Cómo vamos a aguantar con otra subida de precios más por la falta de agua y alimentos?

Desde este punto en el que nos encontramos, La Palma puede volver a brillar. Ser pionera. Situarse otra vez en la ruta de parajes admirados y respetados en el mapa mundial. Ser faro al aportar soluciones innovadoras y revolucionarias para sí misma y para el mundo. O puede empecinarse en querer quedar perdida en la mediocridad. En querer ser una copia barata de modelos económicos ya fallidos que aportan más problemas que soluciones. En quedarse olvidada entre sombras y corrupción. Está en nuestras manos. Yo elijo abrir puertas y ventanas y dejar entrar toda la luz, aportar al mundo desde nuestra mejor capacidad, clarividencia y humanidad. Ya ocurrió en el pasado, y como muchas personas sentimos, está volviendo a ocurrir, emergiendo de lo más profundo de las entrañas de este volcán que tanto nos ha dolido, pero también tanto nos puede aportar. Para que nuestra querida isla vuelva a ser pionera en energías renovables, en democracia, en cultura, ciencia y en todas esas cosas que seamos capaces de construir colectivamente. Una economía por y para las personas que nos haga sentir orgullosas de lo que hacemos y lo que somos.

Publicado en: https://www.eldiario.es/canariasahora/lapalmaahora/opinion/palma-encrucijada-luz-oscuridad_129_10189495.html


Núria Albet Torres @nuria@social.coop