Del falso progreso a un mercado libre de tóxicos

Ministra Romina Pourmokhtari, Shein y Temu, imagen de SVT A pocos días de Navidad, en medio del frenesí de las compras de último minuto, apareció la ministra de medioambiente sueca Romina Pourmokhtari en directo en la televisión pública afirmando que tienen la intención de prohibir Shein y Temu (empresas chinas de moda online) por la toxicidad de los productos que venden.

Más de un espectador debió de quedar ojiplático delante la pantalla cuando le apeló directamente hablando de su pijama, repleto de disruptores endocrinos y elementos cancerígenos, un textil que tiene pegado a la piel cada noche y que, según las rotundas afirmaciones de la ministra, le disminuye la posibilidad de tener hijos, o le incrementa la posibilidad de enfermar de cáncer.

Más allá de las razones que pueda haber detrás de una aparición tan inesperada como contundente, en un mundo en el que las guerras comerciales con China se están poniendo en el orden del día, sí llamó la atención cuando habló la ministra de proteger especialmente a las mujeres jóvenes, para que pudieran tener bebés. Un país como Suecia, que invierte tantos recursos en aumentar la natalidad, las caídas en fertilidad que se están viendo pueden disparar estos costes y dejar el mundo y especialmente a nuestro viejo y envejecido continente, en territorio inexplorado.

Y es que los últimos datos nos muestran una situación muy preocupante. Según la OMS, actualmente una de cada seis personas experimentan infertilidad en algún momento de su vida. El número de espermatozoides ha mermado de un estimado 100 millones/ml en la década de los 70 a los actuales 35. Por si fuera poco, la velocidad del desplome, que en la última década se encuentra en el 2.64% anual, está incrementando (la disminución desde la década de los 70 era 1.16% anual). Si la degradación se mantuviera significaría que en solamente 26 años la concentración de espermatozoides sería la mitad que la actual, afectando la fertilidad humana global de una manera dramática. Aunque ya quisiéramos que la afectación fuera solamente humana. No hay duda que los químicos disruptores endocrinos que se encuentran en el medio afectan negativamente la reproducción de las especies salvajes con las que compartimos el planeta. Nuestra irresponsabilidad está poniendo en riesgo toda la diversidad de vida en el planeta de manera acelerada y nuestra propia posibilidad de vivir en él.

Nos podemos preguntar cómo hemos llegado aquí. Cómo el relato del progreso nos ha tenido tan ensimismados que no nos hemos dado cuenta que estamos atrapados en un falso progreso y que si se tienen en cuenta las externalidades económicas buena parte de los grandes negocios no son ni tan siquiera viables.

Hay infinitas historias que ilustran el camino del falso progreso. Como por ejemplo la historia que empezó en 1921 cuando el químico Thomas Midgley Jr., trabajador de General Motors, consiguió solucionar un problema de eficiencia del motor de combustión, añadiendo plomo a la gasolina. El plomo se sabe (y ya se sabía en ese momento) que es una muy potente neurotoxina. En un estudio se calculó las consecuencias de haber añadido plomo a los combustibles, entre las que se encuentran la pérdida de más de 800 millones de puntos en coeficiente intelectual en la población humana a fecha de 2015, solamente en Estados Unidos, una pérdida de media de 2.6 puntos por persona, además de incrementar los comportamientos violentos (un meta-estudio señala que la reducción de contaminación por plomo después de su prohibición podría ser causante de entre un 7 y 28% de la caída de casos de homicidio en EEUU).

Otra historia que nos ilustra el falso progreso es el caso de la empresa 3M que sintetiza, entre otros, químicos PFAS (moléculas persistentes diseñadas para no degradarse y que permanecen en el medio indefinidamente) y tendrá que pagar más de 12.500 millones de dólares después de un acuerdo extrajudicial para resolver una demanda de contaminación de agua pública en Estados Unidos. Pero esta cantidad no deja de ser irrisoria comparada con el coste real de limpiar toda la contaminación de este tipo de moléculas. Hay estimaciones que apuntan que este coste estaría por encima del total del PIB mundial, anualmente. Dicho de otra manera, la economía del planeta Tierra está literalmente en bancarrota.

No deja de ser curioso que la ministra sueca, que pertenece al partido Liberal, parece que no ve otra solución que proponer prohibir y regular el mercado, debido a que la información no llega a los consumidores (ese homo economicus perfecto en un mercado libre perfecto en el que la información se transmite perfectamente). ¿Será que el mercado libre está ya tan roto que no se puede ni refundar? ¿Será que lo que han llamado mercado libre no ha sido sino una tapadera para que unas pocas personas y empresas con sus jugosos lucros privados camparan a sus anchas y no poderles cuestionar si realmente estábamos progresando como sociedad o más bien estaban llenando sus bolsillos a cualquier coste, que vamos a pagar el resto (por los siglos de los siglos, amén)?

El problema de los tóxicos es altamente complejo, pero a diferencia de otros problemas como el cambio climático, que tiene un fuerte componente global, podría ser más sencillo de remediar a nivel local. En los territorios en los que se tome en serio el problema de los efectos de la toxicidad aparecerá una ventaja competitiva respecto los que no, y como consecuencia poblaciones más jóvenes y saludables. Puede que Suecia haya entendido este hecho. Y que es urgente.

Es por tanto hora de que dejemos paso a un mercado libre de tóxicos, de fósiles, de pobreza y de corrupción. Que seamos las personas (y no unas corporaciones sociópatas) que construyamos nuestras propias relaciones económicas para mejorar nuestras vidas y la de todo el planeta, desde la plena democracia económica y social. El capitalismo no está diseñado para cuidar de nuestro bienestar, de hecho no está diseñado para cuidar nada. Necesitamos, por un lado, regular y prohibir aquello que atente contra la vida, y por otro, cultivar y engrosar el ecosistema de empresas sin ánimo de lucro que tienen en su centro la misión de cuidar y reproducir la buena vida. Y necesitamos hacerlo ya, antes de las próximas rebajas que nos van dejando, temporada a temporada, sin futuro.


Núria Albet Torres @nuria@social.coop