Los adjetivos normales
Hoy las fakenews, las mentiras y las medias verdades parecen aceptarse socialmente sin mucha resistencia, y los discursos rebosan de tonos orwellianos. En estos tiempos que nos ha tocado vivir es necesario que, a modo de resistencia a tal trastorno colectivo, hablemos claro.
Las palabras, con su extraordinario potencial de moldear nuestros pensamientos, son como flechas blandas que nos lanzamos y nos tocan, nos cambian. Son con las que construimos colectivamente cada día la columna vertebral de la sociedad de la que somos parte. Son poderosas. Y por eso deberíamos empezar a usarlas con más consciencia. En estos momentos innegablemente históricos, podemos decidir si dejamos que esta sociedad continúe una caída libre hacia la decadencia, o si ponemos intención para defender los derechos humanos que tantas generaciones nos ha costado poder afianzar en un relato común.
Para eso es necesario que pongamos atención y cuidemos el uso del lenguaje: qué situamos en el centro y normalizamos y qué dejamos en los márgenes.
Hay una interesante historia sobre palabras que ocurrió en Suecia hace unos años. Esa historia tiene que ver con plátanos y tocó y cambió muchas cabezas. Después de debates públicos sobre el impacto de los pesticidas y agrotóxicos en la comida, especialmente en los plátanos y de las consecuencias en la salud de los consumidores pero también de las personas que los cultivan (el documental “Bananas!* “ y “Big Boys Gone Bananas!* “ del director sueco Fredrik Gertten tuvieron mucho que ver, así como el trabajo de varias organizaciones ambientalistas), hubo una acción que a mi y a muchas otras personas nos impactó por la claridad gráfica que consiguió transmitir. En esos momentos era común poder encontrar en el supermercado los plátanos ecológicos al lado de los normales, con sus respectivas etiquetas de “plátanos ecológicos” y “plátanos”. En ese momento, y en un acto de rebeldía de adjetivos, apareció la campaña viral que cambió las etiquetas a “plátanos” y “plátanos tóxicos”, respectivamente. Como las palabras exponen sin pudor lo que normalizamos, ¿quién se atrevía a comprar plátanos tóxicos? Seguramente eso fue la gota que colmó el vaso, y en muchos supermercados desaparecieron los plátanos tóxicos y los únicos para comprar pasaron a ser los ecológicos, es decir, los normales.
Cuando hablamos de un banco, ¿qué nos viene a la cabeza? ¿Y un banco ético? ¿Por qué debemos añadir un adjetivo para especificar que un banco no es responsable de matar personas por financiar guerras o especular con sus vidas de variadas y tortuosas maneras? Podríamos invertir nuestros diccionarios colectivos y que los bancos, sin más, sean los que impulsan proyectos para cuidar a las personas y el planetas, y al resto, a los que ahora no les ponemos adjetivo, les podemos poner la etiqueta de ecocidas, genocidas, corruptos o especuladores.
Las energías renovables o alternativas, son las que no son fósiles y despojadoras de un futuro en este planeta. Proyectos alternativos, los que no son psicópatas y genocidas. ¿Qué es lo normal y qué es lo alternativo?
Quizás, si empezamos cambiando nuestras palabras será más fácil continuar construyendo el mundo que realmente queremos. Quizás, debemos dejar de utilizar el adjetivo alternativo para que esos proyectos y sustantivos puedan normalizarse.
Espero que hoy sea el día en que empecemos a llamar las cosas por su nombre, y a añadir los adjetivos correctos a cada sustantivo. Y los sustantivos sin adjetivo, que sean los que queramos ver hacerse realidad a gran escala en el mundo.
Núria Albet Torres @nuria@social.coop